Misterios Dolorosos

Introducción: Credo, Padre Nuestro, 3 Ave María (por la fe, la esperanza, la caridad), Gloria.

Primer misterio doloroso: La Oración de Jesús en el Huerto

Lectura

Salió y fue, según su costumbre, al monte de los Olivos. Sus discípulos lo acompañaban. Cuando llegó al lugar, les dijo: "Orad para no caer en la tentación". Él se apartó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y se puso a orar, diciendo: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Y se le apareció un ángel del cielo reconfortándolo. Entró en agonía, y oraba más intensamente; sudaba como gotas de sangre, que corrían por el suelo. (Lc 22,39-44)

Reflexión

Con ánimo conmovido se vuelve una y otra vez sobre la imagen de Jesús en la hora y el lugar del supremo abandono. “Y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”. Pena íntima en su alma, amargura insondable de su soledad, decaimiento en el cuerpo abrumado. Su agonía no se precisa sino por la inminencia de la pasión que Jesús, a partir de ahora, ya no ve lejana, ni siquiera próxima, sino presente. La escena de Getsemaní nos conforta y anima a realizar un esfuerzo voluntario de aceptación. La aceptación incondicional del sufrimiento, cuando es Dios quien lo quiere o permite: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Palabras que desgarran y curan, porque enseñan a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano que sufre, unido a Cristo que sufre. Ellas nos dan, como en última pincelada, la certeza de méritos inefables, el merecimiento de la vida divina para nosotros, vida palpitante hoy en nosotros por la gracia, mañana en la gloria.

Padre Nuestro, 10 Ave María (meditando el misterio), Gloria

Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.

Segundo misterio doloroso: La Flagelación del Señor

Lectura

Entonces Pilato mandó azotar a Jesús. (Jn 19,1)

Reflexión

El misterio trae al recuerdo del suplicio despiadado de latigazos innumerables sobre los miembros santos e inmaculados del Señor. El hombre es cuerpo y alma. El cuerpo está sujeto a tentaciones humillantes. La voluntad, más débil aún, puede ser arrastrada fácilmente. Se hallará en el misterio una llamada a la penitencia saludable, que lo es porque implica y causa la verdadera salud del hombre, al ser higiene del vigor corporal y juntamente confortación en orden a la salvación espiritual. De aquí se desprende una valiosa enseñanza para todos. No estaremos llamados al martirio sangriento; pero a la disciplina constante y a la diaria mortificación de las pasiones, sí. Por este medio, verdadero “via crucis” de cada día, inevitable, indispensable, que en ocasiones puede incluso llegar a ser heroico en sus exigencias, se llega paso a paso a una semejanza cada vez más estrecha con Jesucristo, a la participación en sus méritos, a la ablución por su sangre inmaculada de todo pecado en nosotros y en los demás. No se llega a esto por fáciles exaltaciones, fanatismo, ojalá inocente, jamás inofensivo. La Madre, dolorida, lo vio así de flagelado. Pensemos con qué amargura. Cuántas madres querrían poder gozar del éxito en la perfección de sus hijos, dispuestos, iniciados por ellas en la disciplina de una buena educación, en una vida sana, y en cambio tienen que llorar la pérdida de tantas esperanzas, el dolor de que tantos afanes se hayan perdido.

Padre Nuestro, 10 Ave María (meditando el misterio), Gloria

Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.

Tercer misterio doloroso: La Coronación de Espinas

Lectura

Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura; se acercaban a él y le decían: "¡Viva el rey de los judíos!" Y le daban bofetadas. (Jn 19,2-3)

Reflexión

La contemplación del misterio se orienta de modo particular hacia aquellos que llevan el peso de graves responsabilidades en la sociedad. Es, en efecto, el misterio de los gobernantes, legisladores, magistrados. Sobre la cabeza de Cristo, rey, una corona de espinas. Sobre la de ellos también otra corona, innegablemente aureolada de dignidad y excelencia, símbolo de una autoridad que viene de Dios y es divina, pero que lleva en su urdimbre elementos que pesan y punzan, y causan perplejidad, y llegarán incluso a la amargura. Espinas y disgustos, en suma. Sin hablar del dolor que causan las desgracias y culpas de los hombres cuando se les ama tanto y se tiene el deber de representar ante ellos al Padre celestial. Entonces el mismo amor llega a ser, como para Jesucristo, una corona de espinas con que corazones duros hieren la cabeza de quien les ama. Es el misterio cuya contemplación se ajusta mejor a aquellos que llevan el peso de graves responsabilidades en el cuidado de las almas y en la dirección del cuerpo social; por tanto, el misterio de los Papas, se los Obispos, de los Párrocos; el misterio de los gobernantes, de los legisladores, de los magistrados. También sobre su cabeza hay una corona en la cual está, sí, una aureola de dignidad y de distinción, pero que por ello mismo pesa y punza, procura espinas y disgustos. Donde está la autoridad no puede faltar la cruz, a veces de la incomprensión, la del desprecio, o la de la indiferencia y la de la soledad.

Padre Nuestro, 10 Ave María (meditando el misterio), Gloria

Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.

Cuarto misterio doloroso: Cristo con la Cruz a Cuestas

Lectura

Jesús quedó en manos de los judíos y, cargado con la cruz, salió hacia el lugar llamado "la calavera", en hebreo "Gólgota", donde lo crucificaron. (Jn 19,17-18)

Reflexión

La vida humana es un continuo caminar, largo y pesado. Siempre hacia arriba, por la cuesta áspera, por los pasos marcados a todos en el monte. En este misterio Jesucristo representa al género humano. ¡Ay, de nosotros si su cruz no fuera para nosotros! El hombre, tentado de egoísmo o de dureza, sucumbiría en el camino, tarde o temprano. Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos, antes con el corazón que con la mente, a abrazarnos y besar la cruz, a llevarla con generosidad, con alegría, según las palabras del Kempis: “En la cruz está la salvación, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en ella la infusión de una suavidad soberana”. ¿Y cómo no extender nuestra oración a María, la Madre dolorosa que siguió a Jesús, con un espíritu de total participación en sus méritos, en sus dolores?

Padre Nuestro, 10 Ave María (meditando el misterio), Gloria

Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.

Quinto misterio doloroso: Crucifixión y Muerte del Señor

Lectura

Después de esto, Jesús, sabiendo que todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: "Tengo sed". Había allí un vaso lleno de vinagre; empaparon una esponja en el vinagre, la pusieron en una caña y se la acercaron a la boca. Cuando Jesús lo probó, dijo: "Todo está cumplido". E, inclinando la cabeza, expiró. (Jn 19,28-30)

Reflexión

“La vida y la muerte se abrazaron en un duelo sublime”. La vida y la muerte representan los puntos clave y resolutivos del sacrificio de Cristo. Con su sonrisa de Belén, que prende en los labios de todos los hombres en el alba de su aparición sobre la tierra; y su deseo y último en la cruz, que unió al suyo todos nuestros dolores para santificarlos, que expió todos nuestros pecados, cancelándolos al fin, he ahí la vida de Jesús entrando en la nuestra. Y María está junto a la cruz, como estuvo junto al Niño en Belén. Supliquémosle a ella que es madre; pidámosle que también ella interceda por nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Vida y muerte representan los dos puntos preciosos y orientadores del sacrificio de Cristo: desde la sonrisa de Belén que quiere abrirse a todos los hijos de los hombres en su primera aparición en la tierra, hasta el suspiro final que recoge todos los dolores para santificarnos, todos los pecados para borrarlos. Y María está junto a la cruz, como estaba junto al Niño de Belén. Recemos a esta piadosa Madre a fin de que Ella misma ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Aquí está iluminado también el gran misterio de los pecadores obstinados, de los incrédulos, de aquellos que no recibieron ni recibirán la luz del Evangelio, que no sabrán darse cuenta de la sangre vertida por ellos también, por el Hijo de Dios.

Padre Nuestro, 10 Ave María (meditando el misterio), Gloria

Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.